Por Ricardo López Göttig
Es sumamente tentador recurrir a la simpleza del discurso generacional en la arena política. Destacar lo "nuevo" por encima de lo "viejo", es una forma de separar a unos de otros. Esto "nuevo" va, en general, de la mano de un recambio generacional; son los que irrumpen con ideas y actitudes frescas para romper la continuidad de lo viejo, perimido, antiguo, prehistórico...
Se parte del prejuicio, equivocado por cierto, de que los jóvenes son idealistas y que no están contaminados por las artimañas de la corrupción. Este juvenilismo ha desatado muchas tempestades en la historia de la humanidad, además de pretender arrumbar a un costado todo lo anterior como si nada valiera. Mao recurrió a los Guardias Rojos, los exaltados estudiantes que humillaban a sus mayores y destrozaban todo lo antiguo, provocando desastres incalculables.
Podemos hallar un buen ejemplo de lo contrario en las latitudes europeas, cuando en la reconstrucción alemana tras la segunda guerra mundial, fue decisivo el liderazgo de Konrad Adenauer como canciller, un hombre de 73 años con una vasta experiencia como político de convicciones democráticas frente al ascenso del nazismo, y que ocupó la jefatura de Gobierno durante catorce prósperos años entre 1949 y 1963.
Lo valioso del sistema democrático es que permite a todas las generaciones participar en el juego. El Estado de Derecho es el gobierno de las leyes, no de los jóvenes y los adultos, ni de los hombres y las mujeres.
El discurso generacional, paradojalmente, es una pretendida panacea que carga con su propio veneno: los jóvenes crecen, maduran, se vuelven mayores con el inexorable paso del tiempo. Las agujas del reloj son implacables para todos. Los juvenilistas de hoy serán asediados por los juvenilistas de mañana, que a su vez lo serán por los de pasado mañana... Esto no es más que el resultado de la oquedad en el debate político contemporáneo, ausente de ideas, carente de discusiones sustanciales.
Cambiemos el enfoque, centrémonos en las instituciones, más que en las generaciones. Fortalecer y darle nueva vida a las instituciones representativas es el desafío de estos tiempo acelerados, plenos de incertidumbre e insatisfacción, que nos exige más y mejor uso de nuestra imaginación.
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