Un Estado cada vez más ausente de sus funciones primordiales.

Por Ricardo López Göttig

Cuando los aspirantes a presidente comienzan a hacer los primeros movimientos de gimnasia para el 2015, curiosamente se esmeran en prometer el mantenimiento de una serie de políticas desplegadas por el kirchnerismo, a fin de captar buena parte del electorado que acompañó al oficialismo. Tal como ocurrió en 1999, cuando los entonces candidatos Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y Domingo Cavallo se comprometían en preservar la convertibilidad, quienes hoy se lanzan al ruedo afirman que sostendrán los grandes lineamientos de este “modelo” –si es que hay un “modelo”- pero en forma prolija y transparente.
El boom agroexportador que benefició a todos los países de América del Sur fue una época dorada para la expansión del gasto público, con lo que a la gran cantidad de trabas a la iniciativa privada se suma el abultamiento de empleados que se sostienen con impuestos e inflación. Los organismos del Estado han sido poblados por jóvenes con curriculum de militancia en agrupaciones kirchneristas como La Cámpora en cargos de relevancia, que nada aportan al funcionamiento gubernamental eficaz, relegando a los profesionales con conocimiento y experiencia a áreas marginales. De este modo se da la paradoja de que quienes proponen más presencia estatal, terminan obstaculizando el desempeño fluido de la función pública. A esto, cabe añadir la utilización de los espacios en los organismos estatales para fines de camaradería proselitista, ya que estas agrupaciones son ámbitos de pertenencia, y para ello organizan asados, cine y bandas de música para sus militantes con un costo que pesa sobre los contribuyentes.
¿Qué se piensa hacer con este Estado ganado por las usinas de militantes, transformado en una fábrica de impedimentos? En las antípodas encontramos a Japón, en donde los funcionarios públicos acceden por rigurosos exámenes y pueden llegar hasta el cargo de viceministro: el primer ministro nipón sólo nombra veinte funcionarios. En Taiwán, a los tres poderes clásicos se suman el Yuan de exámenes y el Yuan de control, siendo el primero de los mencionados para evaluar a los ingresantes al empleo público. Muy lejos de Asia Oriental, en Argentina se asume como natural que los gobiernos acumulen empleados que pesan sobre el contribuyente fatigado.

Por respeto al ciudadano y al empleado público que ingresó y progresó por sus méritos, no se puede seguir asumiendo como natural lo que es absurdo. La militancia es para competir en elecciones, haciendo pegatinas, marchas y bullicio, pero no sirve para tomar decisiones complejas y administrar el Estado. Y bien sabemos que gobernar con magia no es realista, y eso se traduce en un Estado cada vez más ausente de sus funciones primordiales.

Publicado en Infobae, domingo 4 de mayo del 2014.

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