Era claro y evidente que
Vladímir Putin anunciaría formalmente, tarde o temprano, que se presentaría
para un nuevo período presidencial de seis años, es decir, hasta 2030. Su
escenografía es siempre la de quien se nomina “a pesar suyo”, supuestamente
motivado por intereses que superan sus deseos personales. En 2020, en plena
pandemia, se hizo una puesta en escena en la Duma (parlamento ruso) y con la participación
de gobernadores regionales, en la que se reformó la constitución de la
Federación Rusa, para que el primer magistrado pudiese tener dos reelecciones
consecutivas más, lo que le permitiría a Putin quedarse en el Kremlin hasta
2036.
A esto se añade que las
elecciones se celebrarán en tres días consecutivos en marzo de 2024, en un país
de enormes proporciones y que, por consiguiente, resulta muy difícil de
fiscalizar la transparencia y limpieza del proceso. Y para que los ingenuos en
Occidente sigan soñando que Rusia se trata de una democracia, con
características plebiscitarias, es que tendrá otros tres competidores de
fuerzas políticas que no le hacen sombra y que se han demostrado partidarias de
la invasión a Ucrania, e incluso buscan exhibirse como más belicistas para que
Putin pueda mostrarse como una figura moderadora y racional hacia afuera. La
oposición en serio, la que se ha atrevido a señalar la corrupción sistémica, la
violencia y censura, los problemas sociales y los sueños expansionistas, está
en el exilio, en prisión o en los cementerios. La clave en estos comicios que
serán amañados y bajo presión a la población, es tratar de calcular el índice
real de concurrencia a las urnas, que siempre estará en el terreno de las
conjeturas.
Si Rusia fuese un país
marginal, o si no estuviera en guerra contra Ucrania desde hace casi dos años,
podría pasar como una anécdota de un sistema que le falta transitar un extenso
camino hacia la democratización, mientras mantiene una fachada de elecciones.
Pero la Rusia de Vladímir Putin busca ser un modelo exportable, que gana
adeptos en los extremos ideológicos de izquierda y derecha, populistas y
secesionistas, y que además financia movimientos políticos que promueven la
desintegración de la Unión Europea y la OTAN.
En este ajedrez planetario
que estamos viviendo, Vladímir Putin ha ido ratificando paso a paso su
proximidad con otros regímenes autoritarios, como la República Islámica de
Irán, proveedor de drones para la guerra contra Ucrania, así como con la República
Popular China, Corea del Norte, Venezuela, Cuba y Nicaragua, además de tener
bajo su yugo a la Bielorrusia de Lukashenko. De modo que en marzo de 2024 no
veremos sorpresas, y sí un recrudecimiento de la guerra para tratar de mostrar
victorias militares en plena campaña plebiscitaria para refrendar a Putin, a la
par que en Estados Unidos se dará inicio al complejísimo tiempo de las
primarias en camino a las elecciones presidenciales del martes 5 de noviembre.
Columna en Radio Jai FM 96.3, 18 de diciembre de 2023.
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