Por Ricardo López Göttig
Los recursos materiales y el
tiempo son, inevitablemente, escasos. De ahí que debamos saber utilizarlos para
lograr los objetivos realmente importantes, sin perder minutos en cuestiones
baladíes, de segundo o tercer orden. Saber elegir las batallas que se van a
librar, es también decidir cuáles no se habrán de afrontar por el momento,
estableciendo prioridades.
En esta temporada estival de
la política, tan concentrada –y eso es bueno- en la discusión legislativa de
una gran masa de proyectos del Poder Ejecutivo Nacional, se están librando
batallas que repercutirán en nuestro futuro inmediato y de largo plazo, pero
también hay escaramuzas que hacen perder el tiempo. “Gastar pólvora en
chimangos”, que tantos frutos puede rendir en tiempos de campaña electoral, no
lo es cuando se trata de la política arquitectónica que, en palabras de
Aristóteles, es la que se dedica a los programas de gobierno y su aplicación.
Si bien vivimos en una época
marcada por los ratings, los “me gusta” y la inmediatez de las redes sociales,
los actores políticos de relevancia deberían sustraerse de ese vértigo para
abocarse a las grandes batallas que, en definitiva, es para que los hemos
elegido: reducir la pobreza, fomentar las inversiones, bajar la inflación,
combatir la criminalidad, mejorar nuestros niveles de educación, modernizar la
infraestructura. Las reyertas en las redes sociales, las acusaciones cruzadas,
las ironías picantes de bajo vuelo, pueden entretener durante un rato, pero
ningún país ha progresado gracias a los chimentos, groserías y habladurías.
Con desazón, se puede
observar esta conducta repartida en todas las agrupaciones políticas, como si
fuese un deporte olímpico por el que se pudiera ganar una medalla de oro. La
falsa necesidad de estar siempre en la vidriera, sobre todo gracias al recurso
fácil de la polémica, nos puede llevar a desperdiciar una oportunidad histórica
de cambios urgentes. Porque por este camino que íbamos, es que llegamos al
borde de la hiperinflación, más del 40% de pobreza, alumnado que llega al
secundario sin comprender textos ni poder realizar operaciones matemáticas
básicas, niveles de criminalidad alarmantes y preocupantes. Se podrán discutir
los diagnósticos y las responsabilidades, pero el cuadro es dramático, y se
torna imperiosa una mutación profunda de cómo producimos y de volver a mirar al
mundo, del que tanto nos hemos alejado.
Hubo un tiempo, que ya
parece remoto, en el que se decía que los jueces hablaban solo a través de sus
sentencias. Bueno y sano sería no sólo recuperar ese axioma para los miembros
del Poder Judicial, sino de extenderlo a los poderes Legislativo y Ejecutivo.
Que nos hablen a través de sus leyes, decretos y obras para el porvenir.
Aburrido, sí, pero es también separar a la política de la comedia.
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