Recordando a Bryce.

Por Ricardo López Göttig

Para el ciudadano común, para quienes participan en política partidaria, e incluso para la gran mayoría de los académicos, el nombre de James Bryce es desconocido. Este aristócrata escocés, que viajó hacia fines del siglo XIX a los Estados Unidos, en donde luego representó a la Corona británica como Embajador a comienzos del siglo XX, tuvo una enorme influencia con sus escritos en la formación de los partidos políticos modernos de la Argentina.
Autor del voluminoso y erudito American Commonwealth, Bryce siguió los pasos de Alexis de Tocqueville y describió el sistema constitucional de los Estados Unidos, así como analizó el sistema de partidos políticos que se había desarrollado en ese país democrático. En 1890, en plena efervescencia revolucionaria en las costas del Plata con la formación de la Unión Cívica frente al “unicato” del entonces presidente Miguel Juárez Celman, dos ejemplares del libro arribaron a estas latitudes. Fueron comprados y analizados por dos lectores inteligentes: Virgilio Tedín y José Nicolás Matienzo, ambos cercanos a los objetivos de la UC. De sus páginas, conocieron el sistema de las convenciones partidarias, el método de elección interna de los candidatos y de aprobación de las pautas programáticas. Fue así como expusieron este modelo de vigorosa participación cívica a las autoridades de la UC, que adoptaron este sistema y proclamaron, en 1891, la fórmula presidencial Bartolomé Mitre- Bernardo de Irigoyen en la primera convención partidaria argentina celebrada en Santa Fe. Fue tal el entusiasmo que despertó esta convención partidaria, que las otras formaciones políticas fueron adoptando este sistema de gobierno interno en los años venideros, sin que hubiera una legislación que los obligara a ello.
James Bryce definía a los partidos políticos estadounidenses como el vapor que mueve a las máquinas. Sin esta energía, todo el sistema institucional carecía de sentido. Su descripción del sistema político y partidario no era ingenua. Muy por el contrario, su análisis es descarnado y describe detalladamente los sistemas de influencias, la formación de los “círculos”, las manipulaciones en los “caucus” partidarios y el tráfico de influencias, votos y favores que, en caso de ganar el candidato al que se respaldaba, se traduciría en empleos públicos. Pero estas “máquinas”, los partidos políticos, ponían en movimiento las ideas, la prensa, las asambleas de ciudadanos que discutían con pasión las bondades y deméritos de candidatos y propuestas. Esto distinguía a la democracia estadounidense del resto de las repúblicas, en las que un estrecho círculo de “notables” en cada partido era el que designaba los candidatos, completamente alejados de sus conciudadanos.
La propuesta de reforma política de la presidenta de la República Cristina Fernández de Kirchner puede ser buena y hasta despertar alguna esperanza de que los partidos políticos retornen a la sana práctica de elegir sus candidatos en las urnas, como venía ocurriendo regularmente hasta el año 2001. Pero para ello no se precisa de una ley, sino de la decisión en cada partido de ser ejemplo constante de vida democrática y pluralista, de rendición de cuentas ante el afiliado y de aceptar las reglas de la competencia, la alternancia y la transparencia en su organización interna, para recuperar el prestigio que han perdido ante los ciudadanos.

Artículo publicado por CADAL, martes 10 de noviembre del 2009.

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