La mitologización de Kirchner.

Por Ricardo López Göttig

El 23 de octubre del 2011, hemos asistido a una elección presidencial y legislativa en la que la abrumadora mayoría de la ciudadanía argentina entregó una masa de poder sin contrapeso a Cristina Fernández de Kirchner, sin que las escuálidas corrientes opositoras pudieran ejercer el equilibrio en las urnas. Además de la inmensa cantidad de recursos que desplegó el gobierno para asegurarse la victoria, hay un discurso que lo acompaña y que le sirvió para sumar a los nuevos segmentos de votantes en las franjas más jóvenes.

Ese relato épico es parte de un proceso de mitologización del ex presidente Néstor Kirchner, que con tanta audacia y arbitrariedad viene manipulando la legión de comunicadores e intelectuales al servicio del gobierno. ¿Qué significa esto? Néstor Kirchner, que llegó de la mano del entonces saliente Eduardo Duhalde en un agitado proceso electoral en el año 2003, accedió a la presidencia con un exiguo 22% de los sufragios en la primera y única vuelta de esos comicios, siendo el segundo en las preferencias en las urnas. No obstante, supo convertir a esa debilidad en virtud, logrando desde la verticalidad del aparato justicialista el disciplinamiento de la mayoría de los legisladores, gobernadores e intendentes tras su proyecto de reconstrucción del poder presidencial. Consolidado en las elecciones legislativas del 2005, logró imponer a su esposa y senadora Cristina Fernández de Kirchner como sucesora para la primera magistratura en el 2007. El fuerte retroceso del kirchnerismo en la renovación parlamentaria del 2009 pudo suponer un óbice poderoso para las ambiciones de reelección de Néstor Kirchner, pero su fallecimiento produjo un vuelco inesperado de simpatías por la presidente viuda. A partir de ese momento, a la épica de Kirchner contra las voces opositoras, en consonancia con la lógica militarista de “amigo-enemigo” que el peronismo heredó en su etapa fundacional de movimientos nacionalistas y fascistas europeos, se superpuso la creación del mito del ex presidente.

El kirchnerismo, un movimiento heterogéneo, precisa de un mito movilizador que logre articular sus distintos elementos y que le brinde la dinámica necesaria para la permanencia en el poder. Así es como se fue creando un “relato” en torno a Kirchner, transformándolo en un ideólogo, modelo de militante, mártir de la causa y líder político simultáneamente. Poco y nada importan los datos empíricos a la hora de elaborar el relato mitológico: en el predominio del sentimiento, el documento que exige el historiador se borra, se calla y se disimula en el olvido. El imperio de las imágenes predomina sobre la razón, se crea un vocabulario propio y hasta un mausoleo napoleónico para recordarlo a “él”. “Él”, porque como en toda corriente religiosa, su mención es poderosa y se debe administrar con cautela. Asistimos, pues, a los primeros pasos de una religión política, electoralmente eficiente, con sus propios rituales, iconos y calendario litúrgico.

Esto no es nuevo en el peronismo, que supo vertebrar el culto a la personalidad de su fundador y de su segunda esposa, también fallecida en dolorosas circunstancias. Perón, no obstante, es desplazado del nuevo relato: ya es demasiado lejano en el tiempo y, además, difícilmente logra encajar en la figura del líder idealista y desafiante que se pretende forjar en torno a Kirchner. Ni uno ni el otro lo fueron: pero eso va quedando en el debate del restringido ámbito académico, que debería ser distante –y hasta escéptico- del sentimiento militante.

Ignoramos si este proceso de mitologización habrá de perdurar en el tiempo, pero son cada vez más sus impulsores y hagiógrafos en los medios de comunicación, en las aulas universitarias y las tribunas políticas. Por el porvenir de las instituciones y del pluralismo, sería benéfico que piadosamente se lo arrumbara en el desván de las crasas religiones políticas que tanto daño hacen a la humanidad.

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