Por Ricardo López Göttig
Apenas se conocieron los primeros resultados de las Primarias Abiertas,
Simultáneas y Obligatorias, se despertó el exitismo de quienes no son
kirchneristas, muchos celebrando el fin de un ciclo. Las PASO están funcionando
como una “primera vuelta” y las elecciones legislativas de octubre como ballottage, por lo que ahora se están
produciendo reacomodamientos y desplazamientos estratégicos pensando en la
renovación presidencial del 2015.
Los argentinos pasan fácilmente de la euforia a la depresión, y de allí
a una nueva cima de euforia, en un ejercicio agotador de sístoles y diástoles
que generan picos de presión arterial a inversores y emprendedores que desean
pensar en el largo plazo. Las reglas varían de un período al otro, como si el
reglamento de un deporte se cambiara para cada campeonato. Esta hipertensión
económica desalienta al espíritu emprendedor y destruye implacablemente la
capacidad de ahorro.
La presidente Cristina Fernández de Kirchner terminará su mandato en
diciembre del 2015 y, hasta entonces, tomará decisiones que afecten severamente
la política económica de su sucesor. Puede seguir expandiendo el gasto público
con el nombramiento de sus seguidores más fieles como empleados militantes en
la planta permanente del Estado, tal como lo ha venido haciendo el kirchnerismo
en este decenio. Puede seguir imprimiendo billetes que alimentan la inflación,
restringir aún más los mercados y despilfarrar el dinero público en empresas
estatales altamente deficitarias.
Los obstáculos intervencionistas y proteccionistas serían desmontados
con gran dificultad por el próximo gobierno, si es que optara por una política
que fomente la inserción en los mercados internacionales y la iniciativa
privada. Pero el horizonte de ideas sobre la economía es difuso cuando se
buscan pistas en lo que expresan los potenciales candidatos para el 2015.
Ningún presidenciable se anima a esbozar una orientación favorable hacia la
economía de mercado, temeroso de ser rápidamente tildado de “noventista”, un
mote que sepulta el debate y las posibilidades de cualquier aspirante con
ambiciones a ocupar el sillón de Rivadavia.
El desafío de desarticular el aparato clientelista y la práctica
populista, profundizados en esta década declamada, traerá resistencia del kirchnerismo
residual que intentará bloquear cualquier reforma del Estado. El próximo
presidente, sea del signo que fuere, ¿sabrá formar una amplia coalición
política capaz de reducir el costo del Estado y de encauzarlo en sus legítimas
funciones? ¿Tendrá la decisión de atraer la inversión privada nacional y
extranjera en un ambiente respetuoso de los contratos y reglas de juego claras
y transparentes? ¿Podrá vertebrar una mayoría parlamentaria con otros partidos
políticos y obtener el apoyo comprometido de gobernadores e intendentes?
Cristina Fernández de Kirchner está habilitada para competir por un
próximo y último mandato presidencial en el año 2019, y ya ha demostrado que
tiene una gran habilidad para su recuperación electoral. Si el próximo primer
magistrado no tiene éxito o pierde la confianza de la ciudadanía, como le
ocurrió a Fernando de la Rúa ,
no sería descabellado que el kirchnerismo se presente dentro de seis años como
la salvación de la Patria.
Los acercamientos y alejamientos de las principales figuras políticas no
son más que una práctica de supervivencia que nada significa para la vida
cotidiana del ciudadano común. Y es que la prosperidad, la paz y la libertad no
dependen del cambio de elencos gobernantes, sino del respeto a la Constitución y las
instituciones.
El autor es Doctor en Historia y
Analista de CADAL.
Publicado en el diario El Cronista, 21 de agosto del 2013.
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