Por Ricardo López Göttig
Muy pocos han sido los partidos y coaliciones que vivieron la competencia electoral en las PASO del 11 de agosto. La enorme mayoría de las fuerzas políticas que participaron, lo hicieron con listas únicas, sin darle la oportunidad a la ciudadanía de elegir la conformación de las listas, así como pusieron obstáculos a la posibilidad de renovar internamente sus liderazgos.
Una señal de alarma para la salud del sistema de partidos políticos es que el universo peronista no logra conformar un partido político. En la provincia de Buenos Aires hubo cinco listas que manifestaron adherir al peronismo, pero han sido incapaces de competir para dirimir sus candidaturas en un mismo partido político. Y esto parece ser una constante de este movimiento, ya que dentro del peronismo, en tantos decenios de historia, sólo hubo dos elecciones internas para definir sus candidatos presidenciales: en 1988 entre Carlos Menem y Antonio Cafiero, y luego en 1999 entre Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá. En 1995, el ex gobernador mendocino José Octavio Bordón optó por formar un nuevo partido e ir por fuera del Partido Justicialista, aliándose a Carlos Chacho Álvarez en el FREPASO; y en el 2003, fueron varias las fórmulas presidenciales que el universo peronista presentó por separado, escabullendo la elección interna del partido. Cabe recordar, también, el bochornoso intento de “interna” entre Alberto Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde en el peronismo disidente del 2011.
Una situación similar como la actual, en la que varias vertientes del peronismo fueron separadas por su imposibilidad de definir liderazgos, fue en los años ochenta, cuando se dividieron entre ortodoxos y renovadores. Como en aquellos años, nuevamente la lógica es demostrar el peso electoral y el desarrollo territorial de cada fuerza en torno a un líder, en lugar de convivir en un mismo partido con mayoría y minorías. La genética del peronismo viene marcada desde su fundación desde el poder y para el poder, por un militar que descreía del sistema de partidos, del constitucionalismo liberal y de las vallas institucionales a las aspiraciones hegemónicas del Ejecutivo. A pesar de los aires democratizadores de los años ochenta, ya en el retorno a la presidencia recuperó su esquema vertical de adhesión al líder de turno, al que se abandona cuando pierde el favor de la ciudadanía.
¿Será posible que el peronismo se asuma como una parte más del escenario político y se organice como un partido, con autoridades electas por sus afiliados, con una convención que debata sus lineamientos fundamentales y con candidatos que compitan en primarias? En los próximos años se podrá observar si evoluciona en este sentido por presión de sus afiliados y de la ciudadanía en general, o si persiste en la lógica del movimiento jerárquico y verticalista de intenciones hegemónicas anclado en los años cincuenta.
Publicado por Análisis Latino, 16 de agosto del 2013.
Muy pocos han sido los partidos y coaliciones que vivieron la competencia electoral en las PASO del 11 de agosto. La enorme mayoría de las fuerzas políticas que participaron, lo hicieron con listas únicas, sin darle la oportunidad a la ciudadanía de elegir la conformación de las listas, así como pusieron obstáculos a la posibilidad de renovar internamente sus liderazgos.
Una señal de alarma para la salud del sistema de partidos políticos es que el universo peronista no logra conformar un partido político. En la provincia de Buenos Aires hubo cinco listas que manifestaron adherir al peronismo, pero han sido incapaces de competir para dirimir sus candidaturas en un mismo partido político. Y esto parece ser una constante de este movimiento, ya que dentro del peronismo, en tantos decenios de historia, sólo hubo dos elecciones internas para definir sus candidatos presidenciales: en 1988 entre Carlos Menem y Antonio Cafiero, y luego en 1999 entre Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá. En 1995, el ex gobernador mendocino José Octavio Bordón optó por formar un nuevo partido e ir por fuera del Partido Justicialista, aliándose a Carlos Chacho Álvarez en el FREPASO; y en el 2003, fueron varias las fórmulas presidenciales que el universo peronista presentó por separado, escabullendo la elección interna del partido. Cabe recordar, también, el bochornoso intento de “interna” entre Alberto Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde en el peronismo disidente del 2011.
Una situación similar como la actual, en la que varias vertientes del peronismo fueron separadas por su imposibilidad de definir liderazgos, fue en los años ochenta, cuando se dividieron entre ortodoxos y renovadores. Como en aquellos años, nuevamente la lógica es demostrar el peso electoral y el desarrollo territorial de cada fuerza en torno a un líder, en lugar de convivir en un mismo partido con mayoría y minorías. La genética del peronismo viene marcada desde su fundación desde el poder y para el poder, por un militar que descreía del sistema de partidos, del constitucionalismo liberal y de las vallas institucionales a las aspiraciones hegemónicas del Ejecutivo. A pesar de los aires democratizadores de los años ochenta, ya en el retorno a la presidencia recuperó su esquema vertical de adhesión al líder de turno, al que se abandona cuando pierde el favor de la ciudadanía.
¿Será posible que el peronismo se asuma como una parte más del escenario político y se organice como un partido, con autoridades electas por sus afiliados, con una convención que debata sus lineamientos fundamentales y con candidatos que compitan en primarias? En los próximos años se podrá observar si evoluciona en este sentido por presión de sus afiliados y de la ciudadanía en general, o si persiste en la lógica del movimiento jerárquico y verticalista de intenciones hegemónicas anclado en los años cincuenta.
Publicado por Análisis Latino, 16 de agosto del 2013.
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