Por Ricardo López Göttig
El presidente Milei mencionó
a dos de sus antecesores en el discurso en la Plaza del Congreso: a Domingo
Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca. Y lo hizo en tono elogioso, buscando
la reconexión con un pretérito del que deberíamos sentirnos orgullosos. Lo
cierto es que varios decenios de demonización de estos dos primeros
magistrados, que fueron mucho más que simples funcionarios que calentaron el
Sillón de Rivadavia, han vuelto casi impronunciables sus nombres. Esto es parte
de nuestra etapa de alarmante y dolorosa decadencia.
Sarmiento fue un destacado
intelectual de su tiempo y la falta de formación universitaria, suplida por su
avidez autodidacta, lo hace más meritorio todavía. Su labor incansable, tanto
en Argentina como en Chile, a favor de la educación, de la alfabetización, de
incluir a las mujeres como alumnas y docentes, de la lectura, de la promoción
de la ciencia, lo transformaron con justicia en el símbolo de esa herramienta poderosa
para la movilidad social ascendente y de formación de ciudadanía. Cuando asumió
la presidencia (1868-1874), se realizó el primer censo nacional en 1869, el que
mostró que sólo el 21% de la población sabía leer y escribir. El impulso a la
alfabetización masiva, tanto para los hijos de los argentinos nativos como para
los de los inmigrantes, fue lo que posibilitó que estas latitudes avanzaran
rápidamente en la consolidación de una nación moderna. En su sexenio
presidencial se creó el primer Observatorio astronómico, en Córdoba, así como
la Facultad de Ciencias Naturales de la universidad de la provincia mediterránea.
Arribaron, por su iniciativa incansable, científicos extranjeros a las
academias y universidades, y maestras estadounidenses que a su vez formaron
docentes en las escuelas normales, trayendo los métodos más avanzados de la
pedagogía de su tiempo. Tal fue la magnitud del compromiso de Sarmiento con la
educación, que tras dejar la primera magistratura y vivir en una sencilla casa
en Buenos Aires con su familia, continuó su labor como senador de la Nación y
director general de escuelas de la Provincia de Buenos Aires, una función mucho
más importante hasta el día de hoy que el de ministro de Educación de la
Nación.
Julio Argentino Roca sirvió
bajo el mandato presidencial de Sarmiento, llegando en ese tiempo a ser coronel
del Ejército argentino en el campo de batalla. El joven tucumano fue
ascendiendo desde alférez de artillería hasta el grado de general siempre al
servicio del orden constitucional, conoció el zumbido de las balas y los más
recónditos y variados rincones de la vasta geografía argentina. Esto, sumado a
su estudio sistemático de la historia y de las doctrinas militares, le brindó
una visión geopolítica integral que no tuvo ningún otro presidente de la
República. Es por ello que tuvo como uno de sus prioridades la integridad
territorial de la Nación argentina, la consolidación de un Estado nacional
moderno, la expansión económica, la unificación efectiva a través de la red
ferroviaria y el peso moneda nacional, y la promoción de la inmigración masiva
para cumplir la consigna alberdiana de “gobernar es poblar”. Conocer en
profundidad su obra de gobierno, plasmada en dos presidencias (1880-1886 y
1898-1904), requeriría varios volúmenes y numerosas biografías, pero sólo
contamos con pocos estudios sistemáticos y documentados sobre tan prolífico
período de nuestra historia.
Aun cuando Sarmiento no era
un “roquista”, fue su aliado en el debate y sanción de la Ley 1420, la norma
que rigió durante seis decenios y que permitió la alfabetización popular y el
acceso a la educación a varias generaciones de argentinos, llevándonos a ser un
faro de cultura y civilización para el mundo. ¿O alguien cree que fue casual
que Argentina haya tenido premios Nobel de ciencias, grandes artistas,
eminentes eruditos y brillantes escritores? Gracias a la iniciativa e impulso
de estos dos estadistas, entre muchos otros hombres de esa generación preclara,
la movilidad social ascendente fue una realidad concreta y posible. De otro
modo, ¿por qué habrían venido a estas lejanas latitudes tantos miles de
inmigrantes por año, y se quedarían para residir, prosperar y formar sus
familias?
El relato que se atribuye el nombre de “revisionista” –como si la disciplina de la Historia no revisara constantemente sus conocimientos- ha procurado demoler nuestro pasado, escudándose en la diabolización de quienes nos han dejado un gran legado. Imperfecto, por supuesto, porque de humanos hablamos. Pero notable y perfectible, del que debemos extraer enseñanzas con criterio, y que supieron crear una Nación en un territorio antes distante en la nebulosa de lo fantástico, exótico y envuelto en la más extrema violencia. Es de desear que la mención de estos próceres no sea una anécdota pasajera, sino una fuente de inspiración para las generaciones venideras.
Publicado en Nueva Rioja (La Rioja) y El Pucará (Catamarca), 11 de diciembre de 2023.
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