Por Ricardo López Göttig
2024
es un año de grandes definiciones electorales en Estados Unidos y la Unión
Europea, mientras las guerras en Ucrania y Medio Oriente se extenderán en el
tiempo. Viejos focos pueden encenderse para acentuar la inestabilidad global, a
fin de poner un cerco a las democracias liberales y desalentar a su opinión
pública.
El año que recién estamos
iniciando será de grandes turbulencias, pleno de incertidumbres, y varias
definiciones a escala planetaria. La guerra de invasión rusa a Ucrania,
comenzada el 24 de febrero de 2022 a gran escala, continuará marcando la agenda
global, cuando parece haberse naturalizado este conflicto. La guerra entre el
Estado de Israel y el grupo terrorista Hamás, que está aliado a Hezbollah y a
los Huthíes en Yemen, se prolongará en 2024 con probables ramificaciones en
Medio Oriente y el norte de África. Ambas guerras están concatenadas, ya que se
trata de un enfrentamiento global de los más variados regímenes autoritarios
–teocracias, regímenes de partido único, cleptocracias personalistas- frente a
las democracias liberales. La República Islámica de Irán, por ejemplo,
suministra los drones Shahid a Rusia
para sus ataques contra las ciudades ucranianas, así como también provee de
material bélico al denominado “eje de resistencia” de Hamás, Hezbollah y los
Huthíes.
A estas dos guerras
iniciadas en 2022 y 2023, se suman algunas zonas de extrema tensión que merecen
ser observadas: una es Taiwán, a la que la República Popular China considera
como parte de su territorio. El status de la isla sigue siendo de gran
complejidad y es una de las herencias de la guerra fría, que este mes celebra
elecciones presidenciales. Los comicios en Taiwán suelen ser motivo para el
despliegue de ejercicios militares de la República Popular China en torno a la
isla, como elemento de amenaza para recordar el carácter precario de su
situación, siendo reconocida como el gobierno legítimo de China por muy pocos
países en el mundo. Como uno de los eslabones más difíciles para Estados Unidos
en la región del Indo-Pacífico, es sumamente probable que sigamos escuchando a
lo largo de este año cómo el régimen de Beijing esgrime la carta nacionalista que
siempre es redituable en el uso interno.
Otra región de fractura,
volcánica en sus consecuencias, es la larga franja del Sahel, que atraviesa de
oriente a occidente al continente africano. Como resultado de la desertización
y de la consecuente pérdida de los ya escasísimos recursos para la subsistencia
de la población local, además de la inestabilidad estructural de los Estados de
la región, se ha vuelto fértil para la proliferación del jihadismo. Esta
situación general de pobreza, violencia y guerras provoca las migraciones hacia
el norte con el objetivo de cruzar el Mediterráneo y alcanzar las costas
europeas. Francia, la antigua metrópoli del sistema colonial implantado en gran
parte del Magreb y del Sahel, se encuentra en retirada y fue siendo reemplazada
por los mercenarios rusos del Grupo Wagner -cuyos restos están ahora bajo el
control de Vladímir Putin-, que actúa como la guardia pretoriana de los
recientes golpes de Estado. Teniendo en vista que las migraciones han sido
utilizadas como armas de guerra por Rusia en el pasado reciente –recordemos los
“migrantes” llevados desde Medio Oriente hacia Bielorrusia en 2021 para que
cruzaran las fronteras con Polonia y Lituania, y en 2023 para que atravesaran
la frontera rusa con Finlandia-, no sería descabellado anticipar un episodio similar
de millares de personas intentando cruzar el Mediterráneo en improvisadas balsas,
para desestabilizar a la OTAN y a la Unión Europea en su flanco meridional.
Vladímir Putin tiene
presente la mirada cortoplacista y voluble de la opinión pública en el
hemisferio occidental, y apuesta a la fatiga creciente por sostener la defensa
de Ucrania. En los círculos académicos e intelectuales de Occidente, se ha
puesto de moda cuestionar los propios cimientos y valores, al tiempo que miran
con insólita benevolencia a los regímenes autoritarios. Tras sostener durante dos
decenios a movimientos ya sea ultranacionalistas, de extrema izquierda o
secesionistas en las naciones que componen la Unión Europea, aspira a que ésta
se descomponga como superestructura y a que los países se fragmenten en
pequeñas unidades, envueltas en un continente marcado por las sospechas mutuas.
En junio de 2024 se celebran elecciones para el Parlamento europeo, y quizás
haya un repunte de los movimientos que canalizan el enojo, en detrimento de las
fuerzas democráticas comprometidas con la estabilidad y continuidad de la construcción
común.
2024 es también año de
elecciones: en Rusia, Vladímir Putin será ratificado en un acto de simulación
con urnas por otro sexenio, al tener frente a sí a candidatos prefabricados,
cuyos partidos apoyan el expansionismo militar. La censura, el exilio o la
prisión de los auténticos opositores, el manejo de los medios de comunicación y
las presiones más o menos veladas contra toda expresión independiente, le
aseguran otro mandato hasta 2030 en pleno contexto de una guerra que le está
resultando muchísimo más difícil de lo que suponía cuando la desató en febrero
de 2022. Es por ello que apunta al cansancio de la opinión pública en las
democracias de Occidente: a los comicios generales en la Unión Europea, se suma
el larguísimo proceso electoral que comienza este enero con el caucus de Iowa y
la elección primaria de New Hampshire, y que termina el martes 5 de noviembre
para definir al próximo presidente de los Estados Unidos, además de la
totalidad de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado, y varios
gobiernos estaduales y municipales. El escenario que se anticipa es un nuevo round entre Donald Trump y Joe Biden, y
estará marcado por acusaciones de fraude, juicios, impugnaciones de
candidaturas y una gran polarización de dos bloques del electorado. Biden, como
todo presidente en ejercicio, tiene una labor más compleja para retener
diversas franjas del electorado. Por ejemplo, mantiene su apoyo a Ucrania y al
Estado de Israel, al tiempo que los sectores más a la izquierda de su propio
partido cuestionan estos lineamientos de la política exterior de la
administración demócrata. En una elección que se anticipa pareja, cada voto y
cada Estado cuentan en el resultado final.
Será, pues, un año en el que
los liderazgos políticos de las democracias liberales deberán mantener
templanza y proyectar señales de optimismo y esperanza a pesar de la tormenta
del mundo. Si fuera de otro modo, no merecerían continuar ni ser recordados por
carecer de los más mínimos requisitos y aptitudes ante estos desafíos
mayúsculos.
Artículo publicado en Infobae, 10 de enero de 2024.
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